500 años de la conversión de San Ignacio de Loyola

ALGO importante debió suceder a San Ignacio de Loyola en 1521 para que 500 años después y en todo el mundo queramos celebrar un acontecimiento que no es su nacimiento ni su muerte. Lo que celebramos es una experiencia, su conversión, y con ella el comienzo de la espiritualidad Ignaciana. En palabras del Padre General de los Jesuitas, Arturo Sosa, en este Año Ignaciano se trata de «permitir al Señor obrar nuestra conversión inspirados en la experiencia personal de Ignacio». Una vez más, el centro de atención está puesto en Dios y en lo que va haciendo en todos nosotros.
La experiencia de la conversión de Ignacio se da en tres escenarios y tres tiempos. El 20 de mayo de 1521, Ignacio es gravemente herido defendiendo la ciudad de Pamplona. Sus propios enemigos le transportan hasta Loyola. Durante su convalecencia, Ignacio da un giro radical a su vida, dejando la carrera de armas y convirtiéndose en un peregrino lleno de deseos de santidad. Deja Loyola y quiere ir a Tierra Santa, pero el 25 de marzo de 1522 llega a Manresa y permanece allí casi un año. En este tiempo, lleva su cambio hasta el límite de sus fuerzas y descubre la experiencia del discernimiento. Al final del proceso ya no será él quien lleve el bastón de peregrino, sino que aprendió a dejarlo en manos de Dios, descubriendo paso a paso su ritmo y su voluntad. Esta experiencia es la que celebramos y a la que toda la familia ignaciana está invitada a unirse con el lema: Ver nuevas todas las cosas en Cristo.

Revista EL MENSAJERO. JOSÉ DE PABLO, SJ

y desde nuestra espiritualidad…